Texto utilizado:
Ovide, Les Metamorphoses
Texte etablit et traduit par G. Lafaye, Paris
Belles Lettres, 1995
Libro II. 340-365
nec minus Heliades fletus et, inania morti 340
munera, dant lacrimas, et caesae pectora palmis
non auditurum miseras Phaethonta querellas
nocte dieque vocant adsternunturque sepulcro.
luna quater iunctis inplerat cornibus orbem;
illae more suo (nam morem fecerat usus) 345
plangorem dederant: e quis Phaethusa, sororum
maxima, cum vellet terra procumbere, questa est
deriguisse pedes; ad quam conata venire
candida Lampetie subita radice retenta est;
tertia, cum crinem manibus laniare pararet, 350
avellit frondes; haec stipite crura teneri,
illa dolet fieri longos sua bracchia ramos,
dumque ea mirantur, conplectitur inguina cortex
perque gradus uterum pectusque umerosque manusque
ambit, et exstabant tantum ora vocantia matrem. 355
quid faciat mater, nisi, quo trahat inpetus illam,
huc eat atque illuc et, dum licet, oscula iungat?
non satis est: truncis avellere corpora temptat
et teneros manibus ramos abrumpit, at inde
sanguineae manant tamquam de vulnere guttae. 360
'parce, precor, mater,' quaecumque est saucia, clamat,
'parce, precor: nostrum laceratur in arbore corpus
iamque vale'—cortex in verba novissima venit.
inde fluunt lacrimae, stillataque sole rigescunt
de ramis electra novis, quae lucidus amnis 365
[340] Y no lloran menos las Helíades (hijas de Helio) y ofrecen lágrimas, regalo inútil para la muerte y golpeándose el pecho con sus manos llaman a Faetón, que no ha de oír sus desgraciadas quejas y se tienden junto al sepulcro.
Cuatro veces la luna había llenado su disco con los cuernos juntos; [345] aquellas, según costumbre, pues el uso se había hecho/vuelto costumbre, habían emitido su quejido: de las cuales, Faetusa, la mayor de las hermanas, como quisiera recostarse en la tierra, se quejó de no poder enderezar sus pies; la luminosa Lampitie, que intentaba llegar hasta ella, fue retenida por una raíz repentina; [350] la tercera, cuando se preparaba a arrancar los cabellos con las manos, arrancó hojas; ésta se lamenta de que sus piernas son retenidas por un tronco; aquella de que sus brazos se han vuelto largas ramas, y mientras admiran estas cosas, una corteza rodea sus ingles, y poco a poco, rodea/abarca vientre, pecho, hombros y manos [355] sólo quedaban sus bocas llamando a su madre.
¿Qué podría hacer la madre, excepto que ir aquí o allá, a donde la lleva su impulso, mientras puedan unir sus bocas? no es suficiente: intenta arrancar sus cuerpos de los troncos y con sus manos desgaja tiernas ramas; y de allí [360] manan gotas de sangre como de una herida.
“Quédate quieta, madre, te lo ruego, clama cada una de las que son heridas, quédate quieto, te lo ruego, nuestro cuerpo es desgarrado en el árbol, y ya, adiós” – la corteza llegó/pronunció (a) las últimas palabras.
De allí fluyen las lágrimas y goteando de las nuevas ramas, se endurece al sol el ámbar, que recoge el brillante río y (lo) envía a las jóvenes latinas para que lleven en su cuerpo.